viernes, 16 de mayo de 2008

MITO DE CERROS

LOS AMORES DE TAITA IMBABURA
Juan Carlos Morales M.
Mitologias de Imbabura


Taita Imbabura

Cuentan que en los tiempos antiguos las montañas eran dioses que andaban por las aguas, cubiertas de los primeros olores del nacimiento del Mundo. El monte Imbabura era un joven apuesto y vigoroso. Se levantaba muy temprano y le agradaba mirar el paisa­je en el crepúsculo.


Un día, decidió conocer más lugares. Hizo amistad con otras montañas a quienes visitaba con frecuencia. Mas, una tarde, conoció a una muchacha-montaña llamada Cotacachi. Desde que la contem­pló le invadió una alegría como si un fuego habitara en sus entrañas.

No fue el mismo. Entendió que la felicidad era caminar a su lado vislumbrando las estrellas. Fue así que nació un encantamiento entre estos cerros, que tenían el ímpetu de los primeros tiempos.
-Quiero que seas mi compañera, le dijo, mientras le rozaba el rostro con su mano.
-Ese también es mi deseo, dijo la muchacha Cotacachi, y cerró un poco los ojos.



Mama Cotacachi


El Imbabura llevaba a su amada la escasa nieve de su cúspide. Era una ofrenda de estos colosos envueltos en amores. Ella le entre­gaba también la escarcha, que le nacía en su cima.
Después de un tiempo estos amantes se entregaron a sus frago­res. Las nubes pasaban contemplando a estas cumbres exuberantes que dormían abrazadas, en medio de lagunas prodigiosas.
Esta ternura intensa fue recompensada con el nacimiento de un hijo. Yanaurcu o Cerro Negro lo llamaron, en un tiempo en que los pajonales se movían con alborozo.



Yanaurco o Cerro Negro


Mas, el monte Imbabura -con el paso de las lunas- se volvió viejo. Le dolía la cabeza, pero no se quejaba. Por eso hasta ahora permanece cubierto con un penacho de nubes.
Cuando se desvanecen los celajes, el Taita contempla nueva­mente a su amada Cotacachi, que tiene sus nieves como si aún un monte-muchacho le acariciara el rostro con su mano.

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