viernes, 1 de enero de 2010

LEYENDA QUITEÑA

Lagartija que abrió la calle Mejía


Fuente: Luciano Andrade Marín.



Cuenta la historia que más o menos por los años de 1878, en lo que hoy comprende las calles de Olmedo, Guayaquil y Flores existía ahí el convento de los padres agustinos, un edificio muy antiguo de estructura débil.


En la parte trasera del convento existía un huerto, que no producía más que maleza en él no existía ni frutos o verduras y no tenía ninguna utilidad ni para los agustinos mucho menos para la población cercana.


La estructura del convento como estaba un poco débil por los diferentes terremotos de los años de 1660, los agustinos decidieron construir en su parte trasera un muro que sostenga al convento. Este muro tenía la forma de un triángulo, y los agustinos decidieron ponerle el nombre de Cucurucho de San Agustín, es de ahí de donde nace el término de Cucurucho de San Agustín que más tarde le dará diferente significado la sociedad. La base de este muro se encontraba en la huerta del convento.


En 1878, Andrade Marín un ciudadano interesado por el desarrollo de la Cuidad decide postularse para Concejal de Quito y logra su propósito, y basándose en las ordenanzas de la ciudad decide emprender un plan de perfeccionamiento y mejoramiento de algunas obras como fue la ampliación del alcantarillado y la implementación de rejas de hierro en el camino que llevaba al cementerio de San Juan. En todo este proyecto de mejora y progreso se encontraba la idea de la creación de la Plaza Marín, pero para esto debía realizar algo casi imposible de efectuar como fue la ampliación de la calle Mejía que baja desde San Juan y llegaba hasta ese momento hasta los predios del convento de los Agustinos.


Ante esto Andrade Marín, decide acercarse donde la padre encargado del convento y le cuenta su idea y le pide que le permita atravesar la calle por la huerta y así poder concluir con su obra.
Pero el padre Connetti le contesta con una negativa y le dice que vaya ha realizar sus obras en otro lado pues él no le permite hacer nada de eso.




Calle Mejía-Quito


Andrade Marín insiste al padre encargado alegando que esa huerta no tiene ninguna utilidad y más bien puede suceder que sirva de guarida para las alimañas y lo más seguro es que estas suban a los dominios de alguna persona, pero siempre las respuestas del padre fueron negativas.
Luego de un mes sin previo aviso el padre manda a llamar a Andrade Marín de suma urgencia. Marín se dirige de inmediato y el padre le esperaba con una sorpresa. Le dice que le autoriza realizar la ampliación de la calle y todo lo que el quiera hacer. Marín sorprendido por el cambio repentino del padre le pregunta el por qué se su cambio de respuesta.


El padre le contesta que la noche anterior justo al irse acostar, levantó las cobijas y vio en la almohada de su cama una lagartija y entendió que esa sabandija era un anuncio.


Es por eso que de ahí Quito cuenta esta leyenda de la lagartija que abrió la calle Mejía.

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