Ruth Moya, basada en Calazacón, Orazona, 1982
Mujer tsáchila en telar
La mujer que inundó la tierra solía pescar con barbasco a los tsáchilas, los cuales eran como los de hoy.
Antes de proceder a pescarlos se las pasaba contando los cabellos de todos.
No se sabe cuántos tenía que contar, pero los contaba todos. Cuando terminaba de contar botaba los cabellos a las aguas y al hacerlo, las aguas crecían. De este modo mataba a los tsáchilas. Morían ahogados y ella recogía a los que perecían.
La mujer era tan grande que las aguas le daban hasta las rodillas. Las aguas no le resultaban profundas. De pie recogía a los que se ahogaban. Las aguas arrasaban con todo: sajinos, puercos, indómitos, venados, perros, gente...
La vieja que inundaba no recogía a los flacos, recogía exclusivamente a los gordos y para comprobar si tenían suficiente grasa les hundía en la carne un instrumento punzante: así podía ver si estaban como a ella le apetecía.
Estando en estos trajines la mujer vio venir flotando en las aguas a un niñito. Estaba vivo, no se había ahogado porque estaba agarrado a un tronco.
La mujer se lo llevó consigo para que le sirviera de cocinero. Ella no podía cocinar pues... ¡vivía tan ocupada!
Se lo llevó a su casa y el chico se las pasaba asando en una parrilla a cuanto gordo recogía la vieja: gente, perros, de todo.
Mientras el niño asaba, la mujer junto con su hija, contaba cabellos. Las mujeres eran dos: la vieja y su hija. Las dos se vivían contando cabellos y el niño asando gordos.
Ya empezaban a bajar las aguas de la inundación y el niño continuaba asando.
Las aguas no habían logrado arrasar con todo, quedaron en pie unos árboles de guaba y en uno de ellos estaba vivo un monito cusumbo. El cusumbo estaba gordísimo de modo que la vieja lo tomó al instante. Lo puso junto a los demás para asarlo y para que no se derritiese completamente lo colocó a un extremo de la parrilla i A la vieja le gustaba la grasa!
El niño por su parte se preocupaba de asar bien la carne. Le daba las vueltas para que se cocinara uniformemente.
La vieja y su hija entre tanto continuaban contando cabellos.
Para sorpresa del pequeño cocinero resultó ser que el cusumbo no era cusumbo sino un rayo, así es que el rayo habló y le dijo:
-Cúbreme un poco de la candela, no dejes que me queme y huye inmediatamente.
Cerca de allí había unas matas de camacho. El rayo le dijo al niño que corriera hasta esas matas porque él destruiría a la vieja y a su hija.
Las mujeres escucharon los susurros y casi logran sorprender al rayo y al niño conversando, por ello le preguntaron al chico:
-¿Con quién estás conversando?
-¿Yo? -replicó el niño- Yo no estaba conversando con nadie. Solamente me decía a mi mismo, en voz alta, que hace mucho calor.
Al escuchar esta respuesta las mujeres se tranquilizaron y se quedaron sentadas donde estaban. Las mujeres se descuidaron y el niño se fue corriendo hasta las matas de camacho. No bien había llegado hasta allí cuando empezó una tempestad de rayos y de truenos.
Rayos y truenos atacaron a la vieja que inundaba la tierra de los tsáchilas y a su hija. La hija alcanzó a tirarse al agua, pues allí había una laguna, la cual se había formado con los cabellos que ellas tiraban. La hija se salvó pero la vieja murió en aquel mismo sitio.
Jefe Tsáchila
El niño regresó a su casa para después volver a marcharse de allí. Antes de partir le dijo a la gente.
-Cuando ustedes se hayan convertido en arcilla yo todavía estaré como ahora. Dicho esto despareció.
Ahora, cuando brilla el sol con intensidad y hace mucho calor, se escucha un silbido. Cuentan que ese niño es el que silba. Eso cuentan los abuelos.
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