lunes, 31 de marzo de 2008

LEYENDA SHUAR

LA DIOSA DE LA GUAYUSA
por Alonso Flores Velasco




Planta de Guayusa



La guayusa en la Amazonia siempre ha tenido una tradición muy especial en la preparación, como a la hora de tomar esta exquisita bebida y cuya fragancia llega a los paladares más finos.
Hay cierto misterio escondido a selva, deidad o mujer. La infusión de sus hojas ha sido casi reservado y un secreto bien guardado por las virtuosas amas de casa de Macas. Tenían razón; cuando al forastero le brindaban una pócima caliente que era como un rito; decían al recién llegado, el que tome la guayusa echara raíces en esta exuberante tierra oriental, sabemos de sus poderes afrodisíacos y es un bálsamo para nuestras alegrías y tristezas.



Pero sucede que en el interior de la selva en algún punto del río Huasaga, un grupo de valientes cumplían su guarnición y nadie conocía de su preparación.







Una mañana muy temprano, rayando el alba, Mashurca el shuar mas joven, de carácter alegre, muy ufano salio para el río y mientras se zambullía en las tranquilas aguas, bajando en la corriente del río se presento a el una hermosa ninfa, con vaporoso vestido y una larga túnica como de novia que se perdía en la tenue neblina; se quedo flotando en las aguas y le dijo que no tema de ella ya que era una conocida diosa (Tzunky) buena, que solo venia a enseñarle a preparar la tradicional guayusa y cuyas hojas traía en sus torneados brazos, le entrego a Mashurca dándole algunos consejos para su elaboración.


El joven, siguiendo las indicaciones recibidas hizo esta aromática bebida, todos los compañeros quedaron muy complacidos y maravillados.
Desde aquel momento Mashurca tenía el encargo de cocer esta pócima todas las mañanas, pero nadie conocía cual era su secreto. Siendo así que muy temprano a la hora del alba, iba al rio a recibir la guayusa que ella le traía.......




Mapa pluricultural del Ecuador, N°27 pueblo Shuar



Transcurrió algún tiempo y varias lunas de esta manera. Pero una mañana la misteriosa Tzunky que se había enamorado del joven shuar, le propuso recorrer con ella los intrincados caminos de la gran selva, los cauces cristalinos, ríos y cascadas, llevando el secreto de la guayusa a los poblados mas apartados; le prometía que le daría la eterna juventud en cada amanecer y pa­ra siempre como recompensa. Mashurca se asusto, tuvo miedo y no acepto la oferta de la diosa de los vientos, de los bosques y del agua.


Sucedió entonces, que herida en su vanidad y soberbia, la hechicera le convirtió a su amigo en un denso árbol con figura humana, para que de sombra a los pájaros.
Mil mariposas de bellos colores revoloteaban entre sus ramas y un halo de fragancias había en el ambiente.








Esa mañana ya no hubo la calida bebida, todos salieron a buscar a Mashurca. . . solo encontraron un frondoso árbol de guayusa de verdes hojas a la orilla del rió...
La leyenda dice, que deberán pasar muchas estaciones y muchos soles para que el joven shuar recupere su figura varonil y su personalidad, como hombre de la selva.

jueves, 20 de marzo de 2008

LEYENDA ANDINA DEL ECUADOR

URCU YAYA, EL SEDUCTOR


Basado en Ruth Moya



Andes Ecuatorianos

El Urcu Yaya vive en la parte alta de los cerros. Es un hombre enamoradizo. Cuando ve que una pastora que corretea con sus ovejitas por las alturas, siempre se le presenta gentil y seductor. Le abre las puertas de su casa y le muestra las maravillas que hay en el interior.

La entrada de la morada de Urcu Yaya parece una cueva corriente, pero apenas se traspasa su umbral, se puede ver que en realidad el corazón del monte encierra un bella casa, con sus puertas todas finamente trabaja­das en oro. Dentro de la casa los tesoros son inimagina­bles: todo tipo de joyas, de ricos tejidos, de hermosas plantas, también de oro.






Cierto día una pastorita fue a pastar cerca de la cueva de Urcu Yaya. Este se le presentó y le dijo que si se iba con él le daría toda clase de riquezas. La mocita se dejó convencer y llena de curiosidad ante la oferta decidió irse con el sorprendente galán. Mientras todo esto ocurría a la joven se le olvidó recoger el acial del que se servía para arriar a sus ovejas y lo dejó abando­nado al pie de la cueva.

Cuando la pastora entró a la morada de Urcu Yaya se quedó deslumbrada. Las riquezas eran muchas más de las que podía imaginar. La casa estaba rodeada de jardines y los sembríos se veían lozanos y hermosos... y todo era de oro. Como Urcu Yaya estaba prendado de la joven le obsequiaba cada vez que podía con los más delicados presentes. Cierto día le obsequió dos mazor­cas de maíz de oro puro.

Así vivieron algún tiempo hasta que la muchacha empezó a sentir nostalgia por sus padres, por sus parien­tes y conocidos.
La familia por su parte, en cuanto la muchacha desapareció se puso a buscarla. Los parientes la busca-ron y la buscaron hasta que dieron con esa cueva pero solo lograron encontrar aquel acial olvidado. Al no encontrar ningún otro rastro la dieron por muerta. Los padres y los demás parientes volvieron a su casa desola­dos, convencidos de que la joven había sido presa de un triste destino.



Aunque la pastorcita vivía en medio de toda clase de I comodidades y se sabía amada y mimada de Urcu Yaya, j no podía dejar de pensar en los suyos. Un buen día I decidió que lo abandonaría y retornaría a su casa. Cierta i ocasión en que se encontraba sola, aprovechó la opor­tunidad y tomando las mazorcas de oro dejó para siempre la morada de Urcu Yaya.

Volvió a la vieja casa paterna. Los padres no cabían en sí por la alegría del reencuentro. La joven les contó que Urcu Yaya le había regalado aquellas dos mazorcas de oro con las cuales lograron solucionar sus problemas económicos. Todos fueron ricos y felices gracias a Urcu Yaya.






Los padres siempre aconsejan a las jovencitas tener mucho cuidado cuando van solas a pastar. Les reco­miendan no alejarse demasiado y sobre todo no subir a las partes más altas del cerro porque es conocido que por allí es la morada de Urcu Yaya quien logra seducir a las jóvenes y llevárselas consigo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

LEYENDA DE CUICUNO


EL SEÑOR DEL ÁRBOL



Vista del Santuario del Señor del Árbol en Cuicuno


En torno a la devoción del Señor de Cuicuno o Señor del Árbol, que data de alrededor del año 1640, se han tejido leyendas que se han fortalecido en la gente del lugar por medio de la tradición oral de generación en generación.

Cuentan los ancianos que la loma de Cuicuno, en los dos primeros siglos de la colonia, era solamente un pajonal. Aquí llego a tener una propiedad de dos caballerías un comerciante originario de Guápulo, cuyo nombre era Domingo Barahona, casado con Feliciana Bilbao. El precio de la pro­piedad era de dos pesos y medio. Una vez adquirida, el propietario se radicó en este lugar; construyó su choza de vivienda con el anhelo de convertirla en fructífera estancia. El pajo­nal que había comprado carecía en absoluto de árboles; pero en las faldas de los Ilinizas había hermosos bosques de quishuar. Allá viajo Domingo para conseguir unas plantas de este árbol, que luego las sembró en su propiedad.


De su siembra, unos murieron; pero algunos crecieron frondosos, cambiando el panora­ma de su estancia. Con estos árboles tenia leña en abundancia para los menesteres de la cocina. Cuando casi ya había talado todos, muy cerca de la casa le quedo el mas corpulento y frondoso, que conservo a propósito. Junto a los cultivos y a la sombra del quishuar tenía un hermoso rebaño de ovejas para el sustento de su familia.

Un día constato sorprendido que algunas de sus ovejas habían desaparecido del redil. De inmediato pensó que su propiedad estaba fichada por ladrones. Como el quishuar reservado era corpulento y frondoso, pensó que servía de escondite para los ladrones y resolvió derribarlo, muy a pesar suyo.




El Señor del Árbol de Cuicuno



Una tarde un hombre desconocido le saludo en su casa y desapareció enseguida. Domingo se dijo a si mismo: "ese debe ser el ladrón". Salio para perseguirlo, pero no lo encontró. A su retorno resolvió definitivamente derribar el quishuar. Cuando de un hachazo desgajo una de sus mas gruesas ramas que crecía a poca altura del suelo, entre admiración y espanto vio que de la herida salía sangre. An­te esta visión Domingo quedo estupefacto y co­rrió a Saquisilí para avisar al sacerdote misionero. El misionero vino al lugar y, luego de constatar lo que había aseverado Domingo, ordenó mantener el árbol durante algún tiempo más. A lo largo de algunos meses fue asomando poco a poco la imagen de Señor.

Basado en folleto de la Historia y Novena del Señor del Árbol de Ciucuno

jueves, 6 de marzo de 2008

LEYENDA DE QUITO



LA LEYENDA DE CANTUÑA





Iglesia de San Francisco 1881 por Luis Cadena





De LA TRADICIÓN DE SAN FRANCISCO por Luis Aníbal Sánchez M.


Hay en mi vieja y original ciudad de San Francisco de Quito, la capital Shiry, ciudad sui géneris perdida en la concha blanca de su topografía, una iglesia pétrea, antigua, de estilo primoroso y que levanta en muy alto el consuelo de sus torrecillas en forma piramidal. El gusto arquitectónico que informa su fachada, es al decir de los entendidos, ecléctico.

Nosotros, profanos, sólo opinaremos que aquel templo colonial, levantado a impulses de la fe, es un prodigio de arte: con severidad y su aire de misterio. Sobre el entablamiento grandioso, se yerguen estatuas seculares de santos, grises y soberbios. Al frente del tem­plo, está el prodigio del atrio y luego la plaza extensa y desman­telada.

Hay una tradición popular y nebulosa de cómo construyóse el mencionado atrio...



San Francisco en la actualidad




Elevado como tres metros del nivel de la plaza, de piedra mara­villosamente acomodada, es una joya y un encanto. Anchísimo (de unos quince metros de latitud por ochenta de longitud) y amplio, está limitado por el "repecho sólido y elegante", tallado con admi­rable ingenio. Enormes esferas de piedra se destacan sobre el atrio. Amplias y airosas tres gradas conducen hasta la parte superior de él. Las dos laterales miden, la una, como veinte o más metros de largo; y dos la opuesta. Al centro se destaca una magnífica media naranja, prodigiosa y elegante. Y más allá se distingue, como vician señorial y austera de loa tiempos feudales, la fachada sobre la iglesia. La obra es casi sobrehumana; de ahí que la fantasía popular haya dispuesto alrededor de la edificación de este milagro de arquitectura, una leyenda bella y rara, que bien se acomoda al espíritu fantaseador de los quiteños.

Lentos corrían los tiempos monótonos del coloniaje. Un india­no llamado Cantuña, impulsado quizá por la sed de oro o el ansia de grandeza, acometió la singular locura de firmar solemne com­promiso para construir el atrio grandioso. Expiraba ya el plazo y la obra estaba a la mitad. Con el esfuerzo humano era imposible acabar la construcción en el tiempo sobrante aún. Loco de dolor, jadean­te, consumido por la fiebre y los temores, Cantuña se debatía en su estancia: faltaban dieciocho horas para vencerse el término.

Los sueños de dicha, de grandeza, que lamentaba el pobre indiano, se iban abajo ante la terrible realidad. Pronto debería estar sumido en las tinieblas de una cárcel; con el sarcasmo de las gentes encima. El orgullo innato de indio le devoraba.

Moría la tarde lujuriosa en un crepúsculo de fuego. Las cam­panas de las escasas iglesias llamaban con sonoridad a la oración de la tarde; flotaba un aroma campesino y puro. Desiertas iban que­dando las callejas tortuosas y sin empedrar. La poca gente se diri­gía al templo o presurosa a encerrarse en su hogar.

Cantuña veía danzar en rededor de la estancia sumida en penumbra, formas extrañas y diabólicas. Jadeante, ansioso, el mísero recorría a largos pasos la habitación. No le valían los rezos ni las súplicas al cielo. Creyó distinguir una voz misteriosa que lo exhortaba a implorar remedios a Dios: y así lo hizo. Conforme iban saliendo de su boca las palabras de la oración, un bálsamo de consuelo inefable parecía descender sobre él. Acabada la plegaria, Cantuña se dirige a San Francisco. Secreta esperanza le dice que el Señor ha atendido su ruego, mandando que la obra se concluye­ra. Por un ángulo de la plaza, envuelto en una amplia capa, apa­reció Cantuña. Sus ojos creyeron vislumbrar obreros divinos que daban la última mano al atrio gigantesco. Palpitó su corazón de gozo; y la oración de gracia brotó, ferviente, de su pecho. Y vio luz, mucha luz... Pero la visión se esfuma ya... La regresión a la realidad fue rápida... ¡Se había engañado!... La ira salió de su cora­zón y la blasfemia vibró por el espacio.

Pero, ¿qué era aquello? Otra vez se engañaba?

De entre los hacinamientos de piedras salía un personaje mis­terioso, envuelto en manto rojo. Su rostro estaba negro, sudoroso* sonrisa enigmática se dibujaba en su boca enorme.

Calzaba botas retorcidas y también rojas; peco a poco el fan­tasma se acercaba al estupefacto indígena.

—Cantuña, le dijo, sé cuál es tu dolor, sé que mañana serás desgraciado y maldito. Pero yo puedo consolarte en tu aflicción. Antes de que asome el alba, el atrio estará concluido; tú en cambio firmarás hoy este contrato. Yo soy Luzbel, y quiero tu alma ¿Aceptas? —Di.



Velorio del Usurero por Eduardo Solá Franco



El indio no vaciló:
—Acepto. Pero si al rayar el alba, antes de que se extinga el sonido de la última campanada del Avemaría, no está terminado el atrio; si falta una piedra que colocar una sola, óyelo bien, el contrato será nulo.

Y poco después, azorado y maldito, volvió el triste Cantuña a su vivienda. Lágrimas abundantes corrían por el rostro bronceado del indiano. Ferviente imploró al cielo perdón para su culpa y remedio para su alma...

Y al día siguiente, cuando empezaba a romper el alba, Cantuña se dirigió presuroso a San Francisco.

La obra estaba al concluirse; millones de diablillos rojos cru­zaban, como lenguas de fuego, por el espacio, atareados en la cons­trucción del atrio, que majestuoso se alzaba. Y el alma, la pobre alma del indígena, estaba ya pérdida. Una oración, la última, llena de fe y penitencia, salió de sus labios. Luzbel reía.

Pero el día asomaba. Un pálido color violeta empezó a cubrir el firmamento: tornaban a cantar los gallos; el sol se desperezaba ya tras el Ichimbía.

El indio, afligido, contemplaba el espectáculo. El atrio estaba al acabar de concluirse. Luzbel reía...

Lentas, graves y consoladoras sonaron las cuatro campanadas, heraldos de la aurora.

—¡Victoria!, rugió Luzbel.
—¡Victoria!, exclamó el criollo, falta una piedra!
En efecto, un bloque, uno solo, faltaba aún. El alma de Can­tuña se había salvado...
Satanás maldiciendo, se hundió en los infiernos con sus secua­ces.

El alma del atristado indiano estaba libre; y como evocación prodigiosa, el atrio alzábase solemne a la mirada de los creyentes quiteños.

¡Cuántas veces siendo niños la escuchamos! —¡Cuántas veces vagamos por la mole gigantesca de piedra, buscando el bloque de piedra que faltaba!
Ahí está la tradición, inmensa y real como el templo soberano y el maravilloso atrio.

Siglos hace que lo hacen los quiteños, siglos hace que lo cuentan las abuelas.
A un lado del atrio, cobijada por tupida enredadera, se levanta una cruz sepulcral. ¿Si será la tumba de Cantuña?





Entrada principal Iglesia de San Francisco



Los pájaros anidan en la fronda de la planta airosa; un resabio de leyenda y misterio flota alrededor del signo de la fe católica. Y en las horas de crepúsculo, cuando muere la tarde y caen las som­bras, creo yo en mi loca fantasía ver salir desde el sepulcro frío, la silueta ansiosa del indio Cantuña, que discurre, a pasos lentos, por el atrio colosal y se debate en las torturas de la angustia...

lunes, 3 de marzo de 2008

LEYENDA DE LA ANTIGUA RIOBAMBA

EL LUTERANO DE RIOBAMBA

Por Laura Pérez de Oleas



Van dilatándose las aguas sobre los campos a igual que en la vida va extendiéndose el dolor. Ruge el río sobre su cauce, rompe los obstáculos para corretear libremente por las llanuras, y las ráfagas de viento encrespan la superficie de las aguas que forman en sus cercanías pequeños lagos sin bordes. Mas allá el lago enorme, el Lago de Colta, tiene un aspecto imponente de calma refinada y cruel, y en los días invernales agolpase las nubes sin dejar ver el cielo, como si quisieran quitar todo consuelo y esperanza a los que aprendieron a mirar con fe las altas regiones de lo infinito.





Iglesia de San Sebastián en la antigua Riobamba




En la lejanía duerme el pueblo descuidado, mas lleno de sinsabores que de encantos. Buenas gentes cuya vida se hace sin ventanas abiertas a la calle ocupan las humildes y bajas casitas de adobes que le dan el aspecto de poblado. Distante algunos kilómetros del Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, el pueblo de Guamote esta casi olvidado de la civilización. Faltan diez años para que sea fundada la Villa de Riobamba y, por lo tanto, sus alrededores están aun en completo estado de abandono.

Por los años de 1.571 a 1.575, más cercana al Lago de Colta que a Guamote, había una cabaña, que, decían los indios del lugar, fue hecha por el diablo, pues sin que nadie la viera construir, un buen día apareció en un sitio maravilloso por su frondosidad y por el cual se deslizaba un hilo de plateadas aguas. La casita ostentaba una arquitectura desconocida para los moradores de la región, puesto que fue empleada la madera en reemplazo del adobe y tenía dos entradas: la una junto a la orilla del riachuelo, y la otra, dando salida hacia la maraña espesa e intrincada típica y especial de los bosques sub-andinos. Un caballo morcillo pacía tranquilo junto a la cabaña.

No menos raro e inquietante era el personaje que la habitaba: un hombre alto, fornido, de cabello, barba y patillas rojizos; de ojos pequeños, azules y penetrantes; tez que seguramente fue muy blanca, pero que estaba oscurecida por la intemperie. Su nariz de corte aguileño exagerado, la boca hundida de labios finos y mentón saliente dábanle un aspecto de ave de rapiña. Su vestimenta era una especie de casaca de cuero que le llegaba hasta las rodillas; usaba botas militares que le tapaban toda la pierna. La cabeza la llevaba cubierta por una especie de bonete o gorro de negro hule sujeto por un cordón a la barbilla.
Viósele merodear por las cercanías del Lago de Col­ta, seguido de un perro, recogiendo flores y plantas silvestres que las metía en una gran bolsa que colgaba de su cuello. También recolectaba mariposas, insectos y sabandijas; estos los depositaba cuidadosamente en una caja que llevaba bajo el brazo.









Bandera de Austria



Viajes distanciados a Guamote y Riobamba en busca de provisiones hacia este extranjero que hablaba bien el castellano; pero con marcado acento alemán. Entonces se supo algo de su vida, su nombre, nacionalidad. Se dijo que se llamaba Sibelius Luther, que era austriaco, que un íntimo drama, o mejor dicho, un crimen pasional en el cual fue victima su propio hermano, al cual sorprendió con su esposa, lo arrojo desde Hungría al suelo americano. Era medico famoso en Europa por sus acertadas curaciones y ahora ejercía su alto ministerio con los indios y personas menesterosas. Pronto llego a ser entre los campesinos un mago benéfico que remediaba todos sus males. Fue apodado el ¨ Padre Blanco ¨ por la gente sencilla y humilde que corría a besarle las manos cuando hacia sus apariciones en poblado.

Como ligera brisa que poco a poco va convirtiéndose en devastador huracán, así fueron preparándose los horrendos crímenes que tejerían la leyenda. La primera chispa broto porque el austriaco no asistía a los oficios divinos, no se le veía en la Iglesia, ni aun siquiera en la misa dominical. Luego hilaron delgado con su apellido «Luther», que lo juzgaron era un comprimido de «Lutero» o de «Luterano». Y este nombre así descompuesto y que equivalía a un apodo, se vulgarizo entre el clero y personas pudientes, que empezaron a mirar con ojos re-celosos a aquel extranjero que se había metido, con su aspecto de apóstol, en el corazón ingenuo de los indios.

En los curatos le cobraron odio porque se sospecho que-era un enviado de los sectarios de Lutero, pues precisamente en aquella época era combatida con gran celo y ferocidad la Reforma Luterana en Alemania. La sombra, aunque extinguida ya, de Martín Lutero, el apostata fraile agustino, inquietaba, con razón, a la Iglesia Católica. De allí que la sola palabra: «Luterano» fuese oída con horror, no solamente por la gente de iglesia, sino por encomenderos, obrajeros y todos cuantos tenían a su cargo masas explotadas a quienes podía dañar aquella exótica y hereje secta.

Y empezó a manifestarse el odio en acciones hostiles y de franco rechazo para Sibelius Luther. Le fueron negando en los poblados el pan, la leche, el vino. Nadie osaba venderle un cuartillo de harina, ni ofrecerle un jarro de agua. Entonces él tuvo que solicitarlo como una limosna. Un día en Guamote se acerco a un merendero y secamente, interrogo:
—¿Pueden darme un pan?
Indignóse una mujer ante tan extraño requerimiento, y le respondió:
— ¿Qué manera de pedir es esa? ¿No sabéis que una limosna se la pide y se la da solo en nombre de Dios? •
Turbóse el doctor Luther, y dijo:
- Es que yo no pido limosna: solo he dicho que ya que no se me quiere vender los comestibles, que, entonces, me los regalen.
—Esta bien, hombre -le contesto la mujer-, pero sea prestado, regalado o vendido, solo os daré si me lo pedís en nombre de Dios.
El extranjero miro con desprecio a la mesonera y se aparto sin decir una palabra más. Ella empezó a dar gritos:
—¡El Luterano!... .!El Luterano ha blasfemado!... No quiere oír el nombre de Dios, menos pronunciarlo.. ¡Es un renegado. . . . un hereje!.. .!Esta endemoniado!

Hombres, mujeres y niños le siguieron dando voces; y lanzándole piedras. Luther monto ligero en su caballo morcillo que lo tenía atado a un árbol y seguido de su, perro, los dos únicos compañeros en su soledad, se alejo de la población en dirección al Lago de Colta, y ya no se le volvió a ver mas en Guamote.

Pero siguió el Ermitaño del Lago ejerciendo su apostolado de caridad en las cercanías de Colta, siempre a fa­vor de los esclavizados indios; prestándoles auxilio con sus conocimientos en medicina, preparando remedios con hierbas, ayudándoles con sus brazos y consejos en los: sembríos y cosechas. Construyo una pequeña embarcación, y solamente en las noches con luna se le veía bogar por la solitaria laguna.










Laguna de Colta




Los nativos le adoraban; se prosternaban ante él, le besaban sus manos y la orla de su casaca, suplicando:
-¡Yurac Taita!..... Mana ñuca saquirinchu, may carupi causangapac! ... Ama huaccha shina runacuna saquiringui!

Era el grito con que siempre recibían al doctor Si­belius Luther cuando aparecía en sus chozas. Sincero ruego de los infelices campesinos: «Padre Blanco!.. ....
Nunca te vayas de nuestro lado!.... No nos abandones en nuestra orfandad!...»

Más, un día, muy triste para los indios del Lago, el ((Padre Blanco)) desapareció de aquel lugar. Se le vio nuevamente en el Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, donde a poco de residir allí fue atacado por las autoridades eclesiásticas y civiles con más furor y sana que lo fuera en Guamote y otras poblaciones que recorriera en su peregrinaje.

Era Cura de la Matriz el Reverendo Padre Horacio Montalvan que en cuanto supo que el Luterano estaba en su jurisdicción, lo acorral6 como a fiera escapada de su madriguera. Le hizo expulsar de una casa de caridad donde se había alojado y decreto la excomunión que se llama «ad vitandum en ambos efectos» para Sibelius Lu­ther y para aquellos que hablaren con el excomulgado, le vendieren cosa alguna o le hicieren la mas pequeña manifestación de amistad o compasión. Ordeno que fuese apedreado, por el que lo viese, si intentaba acercarse a la Iglesia, cementerio, conventos y monasterios o a cualquier otro lugar tenido como sagrado.

Pálido, demacrado, hambriento, con la boca sedienta el Luterano ambulaba por las calles; taciturno, mudo, hosco, con los ojos hundidos, la barba enmarañada y las ropas sucias y destrozadas. Se veía claramente que la falta de alimento y la injusticia e incomprensión de los hombres iba envolviendo su cerebro en las sombras de la locura.
..Una tarde se encontraron en la Plaza de la Iglesia el Cura Montalvan y el Luterano; indignóse don Horacio de hallarlo andando libremente por la ciudad, cuando él ya había dado orden de apresarlo y remitirlo a Quito a que fuese juzgado por el Santo Oficio. El señor Montalvan manifestó su disgusto abofeteando al Luterano; es-te no le correspondió en igual forma; tan débil estaba que rodó por el suelo, a pesar de ser un hombre en plenitud de edad, pues apenas bordeaba la cuarentena. Levantóse y apostrofo al clérigo:
—¡Ave agorera!... Algún día cortare esas manos que se levantan injustas contra mí...

Como algunas personas que estaban cerca del Luterano le oyesen estas palabras, tuyo que ponerse a salvo rápidamente para no ser despedazado en aquel instante. Nuevamente desapareció de la ciudad el medico austriaco y durante mucho tiempo no se volvió a hablar de el, y cayo casi en el olvido la trágica y misteriosa figura de Lu­terano, que muchos creían y lo aseguraban, era la de un fraile apostata que andaba pr6fugo de su convento.

Era el 29 de Junio de 1.575, día del Apóstol San Pe­dro, patrón de la antigua Villa de Riobamba. La Catedral se levantaba inmensa y majestuosa en el sitio que actualmente se conoce como la Plaza Central, entre los pueblos de Cajabamba y Sicalpa, justamente donde ahora esta edificado el Moderno Municipio. Este famoso templo desapareció en el monstruoso terremoto del ano 1.797 que destruyó por completo la Villa y obligo a sus sobrevivientes a trasladarla al sitio donde hoy existe la ac­tual Riobamba.

Esta célebre iglesia hallábase, aquel 29 de Junio, resplandeciente como un joyel; pues el oro, la plata, la sedería, las luces y las flores formaban un maravilloso conjunto. La estatua del patrón San Pedro, en andas de plata puesta a un lado del Presbiterio, esperaba salir en procesión a la terminación de la misa.
A pocos momentos que las puertas de la iglesia fueron abiertas, vióse un hombre que envuelto en negra capa dirigióse a las gradas del Presbiterio, cuidando de no ser visto, y desapareció tras las andas del Apóstol Pedro.

El largo y amplio manto que tenia puesta la imagen fa-voreci6 el ocultamiento del furtivo devoto...

Entre cánticos, rezos y humo del incienso dio comienzo el Divino Sacrificio. Llegó el momento en que el Presbítero Montalvan elevo la Hostia para su adoración; los fieles reunidos en el templo se golpearon los pechos e inclinaron las cabezas en serial de acatamiento. A la vista de las manos de Montalvan que un día golpearon su rostro, el Luterano perdió la poca raz6n que le quedaba. Bruscamente salio de su escondite, a tiempo que el sacerdote por tercera vez alzaba el Sagrado Pan, y acercándose lleno de ira, con el rostro encendido y la cabellera revuelta,. tomó fuertemente el brazo del oficiante y clavo en él las uñas como si fuera una garra....Arranco de su mano la Santa Fórmula y la arrojo al suelo y siempre aferrando el brazo, saco luego, un afilado cu-chillo e intento mutilar la mano del Clérigo Montalvan, mientras le decía en un grito que era casi un rugido.
—¡Ya no volveréis a ultrajarme ni a consagrar con esta mano maldita!...
Los sacerdotes y sacristanes que estaban junto al altar impidieron que la mano del señor Montalvan fuera cercenada; solamente quedó en ella una profunda herida, cuya cicatriz conservo en el resto de su vida.

Un alarido de horror, indignación y protesta salio de las gargantas de los asistentes. Los hombres requirieron sus espadas y se precipitaron sobre el sacrílego. En pocos momentos quedo cubierto de heridas leves, pues el Luterano se defendía con cuanto objeto estaba a su alcance; se abroquelo tras los sillones del coro; pero todo fue inútil, porque, al fin, cayó mortalmente herido: la empuñadura de una espada temblaba sobre su corazón, y de la profunda herida no manaba la sangre . ..e igual cosa sucedía con las heridas causadas por las dos espadas que tenia clavadas en la cabeza
— ¡Milagro!.... ¡Milagro!.. .. -decían las voces que se elevaban consternadas y llorosas-. Dios no quiere que este santo recinto sea manchado con la sangre de un hereje sacrílego!....
Fue arrastrado de los cabellos el cuerpo del doctor Luther hasta el atrio de la Iglesia; de allí lo arrojaron hasta la mitad de la plaza. Como pasara cerca del cadáver el Verdugo de la Villa, ordeno el Alguacil Mayor que fuera el quien sacara las espadas del cuerpo del Luterano, y entonces las numerosas personas reunidas en la plaza pudieron constatar el milagro: la sangre del sacrílego que por mandato divino no manchara ni profanara el lugar sagrado, corrió abundante, enfangando las calles de la Villa. ..Los perros y los chanchos que merodeaban por la plaza la bebieron; sus hocicos ensangrentados causaban espanto en los niños que corrían despavoridos a sus casas.

Conocedor de lo sucedido en Riobamba el Presiden-te de la Real Audiencia de Quito, don Lope Diez Auz de Armendáriz, ordeno que el cadáver del sacrílego fuera puesto en la horca durante un día, que se le arrancara la lengua y se la diera a comer a los perros, y después, fue­ra quemado, según decreto existente de la Santa Inquisición para los reos de hechicería, apostasía y sacrilegio.






Escudo de Riobamba





Cumplido fue el mandato del Presidente Armendáriz. Una gran hoguera que se levantaba trágica en las faldas del Cullca, eminencia que dominaba la antigua Villa de Riobamba, no se extinguió hasta bien entrada la noche, indicando que el cuerpo del Ermitaño del Lago estaba reduciéndose a cenizas. Poco a poco iba quedan-do solitario el fúnebre lugar y cuando ya restaban solamente las brasas que brillaban mortecinas en el suelo, se boceto a su tenue resplandor un grupo de indios del Lago que con entrecortadas frases lastimeras y cantando las cualidades del difunto, recogían en un poncho los exiguos despojos del «Padre Blanco».....
La luz de la madrugada se quebraba en irisados resplandores sobre la superficie del Lago de Colta, cuando los indios que rescataron las cenizas del Luterano llegaron portando una olla o «manga» de barro cocido, reluciente, hermética y adornada con dibujos de pájaros y flores. Un numeroso grupo de nativos hizo una extraña ceremonia fúnebre: danzas, gritos, cantos y lloros; en cada vuelta que daban en el baile echaban un puñado de tierra sobre la «manga». Luego enterraron esta especie de cofre en las cercanías de la laguna; cavando muy hondo, en su deseo de que el espíritu del ¡Padre Blanco! quedara con ellos bajo las aguas y saliera a bogar en el Lago las noches nevadas de Luna...

A los pocos días de estos sucesos y, tal vez, como una consecuencia expiatoria de ellos o manifestación de la ira celeste por el sacrilegio, estando el espacio infinito límpido y sereno, llovió sangre sobre la Villa de Riobamba. Gran sorpresa y terror causo este fenómeno en los supersticiosos habitantes. Una llovizna roja mancho los tejados y mancillo a cuantas personas ambulaban por las calles. Gritos, oraciones y lamentos se elevaron de toda la Ciudad, y las manos que se alzaban implorantes hacia el cielo, pidiendo misericordia se teñían con la sangre del castigo....

Y en todo sitio y lugar broto el comentario:
—La culpa la tiene el sacrilegio del Luterano. No, -decían otros- es el asesinato a este en la Casa de Dios lo que ha provocado este azote. Los escépticos aseguraban: -Son innumeras aves de rapiña que llevando en los picos sus presas han volado por el cielo de Riobamba-. Los sabios hablaron de meteoros, fenómenos físicos y atmosféricos y aseguraron que el rojo líquido no era sangre; pero el vulgo se santiguaba aterrorizado temblando por un futuro castigo, al contemplar como las nubes lloraban sangre.....

A España llego la noticia de estos hechos extraordinarios sucedidos en la América. El Monarca Felipe III quiso perpetuar la memoria de ellos, y cuando mas tarde tuvo que conceder armas a la Villa de Riobamba, recordó el gran celo religioso de los riobambeños y el castigo que dieran al Luterano por su sacrilegio y ordeno que el Escudo de Armas de la antigua Villa de Riobamba fuese; «Un cáliz con una hostia encima: dos llaves cruzadas y dos espadas, las cuales dejan en medio el cáliz y se juntan clavándose abajo en una cabeza de hombre».






Barca similar a la utilizada por Viracocha




Esta es la tradición del Luterano conservada por los indios de la Provincia del Chimborazo. Ellos no han olvidado al «Padre Blanco». El indio Espíritu Pachacama que murió centenario hace algunos años señalaba el sitio en que fueron enterradas las cenizas del Ermitaño del Lago. Inteligente, tenido por un oráculo y hasta por hechicero y curandero, Espíritu Pachacama sabía por sus antepasados muchas historias del tiempo de su esclavitud. Decía que el había visto en las noches claras la barca del Luterano que se deslizaba sobre la superficie del Lago de Colta, y que en las negras noches de conjunción, se oía el batir de los remos en el agua.