viernes, 22 de febrero de 2008

MITO DE HEROES FUNDADORES

MITO DE QUITUMBE








http://buhoandino.blogspot.com/2008/01/serie-mitologia-ecuatorial_31.html

MITO DEL PARAISO

MITO DE LOS CONDORAZOS

MITO SECOYA

EL NACIMIENTO DEL DIOS ÑAÑE


Basado en Ruth Moya, 1990




Pareja de Secoyas, amazonía ecuatoriana




El Dios Ñañe llegó a una quebrada en forma de una piedra blanca y grande, como huevo.

Desde el interior de aquella piedra salían unos so­nidos que parecían el piar de un pájaro. Aquel huevo fue encontrado por las dos hijas de Hueapau, el hombre más antiguo. Las muchachas tomaron la piedra en forma de huevo y la llevaron hasta su casa. Allí colocaron la piedra blanca en una olla nueva. En un par de días escucharon el llanto de un niño. Allí nació el dios Ñañé.

Durante su juventud Ñañé vivió con la familia que lo adoptó como hijo. A medida que crecía, el semblante del joven era cada vez reluciente y bello.
Solía salir a caminar y se llegaba hasta donde los hombres se encontraban trabajando la tierra, los ayuda­ba y realizaba prodigios: hacía que lo que sembraban creciera inmediatamente. También salía de cacería, po­seía sus armas de caza. Siempre que iba al monte volvía con carne para sus familiares. Todos vivían bien.

Ñañé era amable y constantemente buscaba cómo ayudar a los otros para que no sufrieran. Quería facilitar las cosas para los hombres. Siempre estaba adornado y bello. Observando sus hazañas y el modo en que se veía la gente decía: -"Este no es una persona como nosotros. Es Ñañé. Así decían.




Comunidad Secoya



Cuando ya tuvo más edad pensó en buscar una mujer para que fuera su compañera.

Un día Ñañé estaba pintándose el cabello con achiote y arreglándoselo cuidadosamente cuando alcanzó a ver un gusano hembra. Lo alzó para verlo de cerca y exclamó: -"¡Qué bonita eres gusanita. Si fueras mujer yo podría vivir contigo!" Esa fue su primera mujer y con ella tuvo una hija.

Tuvo una segunda mujer, hecha de brea. El la con­virtió en mujer y la tuvo consigo.

La tercera mujer fue un tizón de candela. Cuando Ñañé alcanzó a oir que el tizón sonaba, chisporroteaba, se dijo así: -"¡Ay! Qué linda candelita tiene este tizón! Si fuera mujer yo ya la hubiera tenido".

La cuarta mujer fue un búho hembra a la qué trans­formó en mujer y la hizo su esposa.

La quinta mujer fue de la familia de los sapos del inframundo. Su suegro poseía las semillas de la palmera del chontaduro.

Las sextas fueron las hijas de Danta. Eran dos bellas hermanas. Ñañé vio que aquel hombre vivía solo con sus dos hijas pues la madre había muerto. Al verlas se enamoró inmediatamente y se casó con ellas. Juntos vivieron algún tiempo.

Como Nañé tenía por esposas a sus dos hijas, Danta le tema animadversión. Las hijas solían acompañar a su esposo a la cacería o a trabajar la tierra. Andaban con­tentas porque veían los prodigios que hacía Ñañé.



Danta



Siendo testigo de todos aquellos sucesos extraordi­narios Danta se puso celoso y se dijo a sí mismo: -"Yo también tengo poder" y así comenzó la enemistad. Tra­taba de matar a Ñañé, el yerno, porque era poderoso.

Un día armó una trampa para Ñañé y el dios cayó en la trampa: Después de lo ocurrido también Ñañé hizo una trampa. En una quebrada colocó unas espinas para que Danta cayera sobre ellas. Esas espinas efecti­vamente lo pincharon y con el pretexto de quitárselas Ñañé aprovechó para convertir las espinas en cascos de danta y fue así como el suegro se convirtió en Danta. Así lo quiso Ñañé.

De este modo continuaba la vida de Ñañé hasta que vino otro hombre. Mujué o Trueno, que se aparecía ante los demás como dios y dijo que era dios. Vino a quitarle sus dos esposas y finalmente logró quitarle la de nombre Rutayo. A ella se la llevó y Ñañé se quedó con una, que era hermana menor, la de nombre Repao.

Ñañé luchaba por tener a sus dos mujeres pero Rutayo no quiso volver a él. También luchaba por las mujeres el otro dios. Mujué.

El dios Ñañé al principio era hermosísimo. Luego, cuando vino el dios Mujué él mismo se afeó el cuerpo con heridas. Mujué por el contrario tenía una hermosa apariencia.

Viendo que Mujué era tan apuesto Rutayo no quiso apartarse de él y abandonó a Ñañé porque su fealdad le parecía repugnante. Repao, su hermana, intentaba di­suadirla de tal decisión y le contó que le había visto a Ñañé quitarse las llagas, colgarlas en un árbol y lucir bello y resplandeciente, con su hermoso semblante de siempre. Le decía que aquellas llagas no eran nada, que se trataba de cosas para tener el alumbrado, para ali­mentar las lámparas.

-"Vas a perder tu vida y nuestro esposo", le dijo Repao a Rutayo"- El que está feo Ñañé va a aparecer con su persona a la fiesta a la que tu marido Mujué está invitando. Ese día, hermana, vas a ver cómo tú marido se va a hacer feo y nunca más volverás con Ñañé.





Músicos Secoyas




Y así seguían las cosas hasta el día de la invitación en la cual empezaron a pelear Ñañé y Mujué. Se desa­fiaron a muerte pero fue Ñañé quien salió victorioso. Partió a Mujué en dos, por eso tenemos el Trueno del este y Trueno del oeste.

Cuando Rutayo vio que su esposo había muerto, enloquecida de dolor y de rabia, empezó a volcar la chicha de su cántaro. Esa chicha derramada creció y creció hasta inundarlo todo y fue entonces cuando co­menzó el terremoto. Rutayo se fue flotando éñ la chi­cha, hizo temblar la tierra y la hundió. Ñañé maldijo a la que fue esposa de Mujué: -"Tú siempre serás Mujer de Terremotos" y así se quedó Rutayo y se fue a vivir debajo la tierra. Ñañé se quedó en un pedacito de tierra que no se hundió. Allí mismo convirtió a su esposa Repao en un peine que se lo colocó en el cabello y así subió al Cielo Superior; donde vive ahora. Allí también vive Repao, quien es la señora que recibe a los muertos.

http://www.babab.com/no05/ramon_piaguaje.htm Pintor Secoya



Danta fue como dios pero se quedó en la tierra para que los hombres pudieran comer. El otro dios, Mujué, el Trueno, fue esposo de Rutayo y murió a manos de Ñañé quien después de las referidas luchas se fue al cielo. Antes de marcharse definitivamente dijo que la tierra estaba llena de malicia, mortandad y problemas y que nunca más volvería a ella.


martes, 5 de febrero de 2008

LEYENDA DE GUAYAQUIL



LA DAMA TAPADA

Modesto Chávez Franco




No se ganaba en Guayaquil un rumboso título de TUNANTE, por los años de 1700, quien no había seguido siquiera una vez a la TAPADA, en alta noche por los callejones y vericuetos por los cuales llevaba ella a sus rijosos galanes.

Nunca se la veía antes de las doce, ni jamás nadie oyó, en la aventura de seguirla, las campanadas del alba a las cuatro de la madrugada.

¿De dónde salía la tapada? Nunca se supo; pero el trasnocha­dor de doce y pico que se entretuviese por alguno de los callejones, de Alonzo o la Cruz, del Ahorcado o la Valeria, el Descomulgado o la Curtiembre, por Chíguere o la Encrucijada, y pasando las ruinas de la Muralla por donde hoy es Junín, tomase hacia el Bajo, de seguro que el rato menos pensado tenía andando delante de sí, a dos varas invariables, siempre como al alcance de la mano pero nunca alcanzable, a una mujer de gentilísimo andar, cuerpo esbel­tísimo, y que aunque siempre cubierta la cabeza con mantilla, manta o velo, revelaba su juventud y su belleza y a cuyo paso quedaba un ambiente de suavísimo perfume a nardos o violetas, reseda o galán de noche.

Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento, sentíase irresistiblemente atraído y como medio anímicamente inspirado para dirigirle los piropos. Y ella delante y él detrás, camina y camina, sin que ella alterara su ritmo; pero sin dejarse nunca alcanzar ni disminuir la distancia de una vara a lo sumo; pues bajo no se sabía qué influencia, el acosador no podía avanzar a franquear esa distancia.


Y camina, camina, la damita cruzaba célebre con la pericia de una buena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y encrucijadas, sin franquearse a calles anchas. Zas... zas... las almidonadas de su pollera unas veces. Suas... suas... suas... suas... los restregos de sus sayas de tafetán otras, pues nunca se repetían sus trajes, salvo la manta o el velo.

Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como animando a seguirla; sólo algo así como el eco imperceptible de una ahogada sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los rondines dormían, si alguno estaba en la calle; y nadie que viniere de frente parecía verla; la visión era sólo para el persecutor; que ya perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado, cruzando callejas y callejas sin saber por dónde ni hacia dónde le llevaba su curiosidad y el irresistible imán que lo precedía.

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..Cuando de pronto... la tapada se detenía a raya... Daba media vuelta de precisión militar, y levantándose el velo que cubría su faz, no decía sino estas frases:
—Ya me ve usted cómo soy... Ahora, si quiere seguirme, siga...

Y el rostro tan lindamente supuesto, se mostraba en verdad bellísimo, fino, aristocrático, blanco, sonrosado, fresco, griego, mag­nífico... pero todo era una visión de un segundo. Inmediatamente, como hoy podemos ver en las combinaciones de las películas esas transformaciones, entre sombras y difumaciones... todas las fac­ciones iban desapareciendo como en instantánea descomposición cadavérica; a los bellísimos ojos sucedían grandes cuencas que a poco fosforecían como en azufre; a los lindos labios las descarnadas encías, a las mejillas los huesos; hasta que totalizada la calavera, un chocar macabro de crótalos eran las mandíbulas de salteados dientes... Y un creciente olor de cadaverina reemplazaba la cauda de aromas anteriores...

Otra media vuelta de la dama... y el que alcanzara a verla la hubiera visto como evaporarse al llegar a la vieja casa abandonada de don Javier Matute, calle del Bajo, junto al callejón del Mate, después de Roditi...



foto Flickr



El que no alcanzaba a ver esto, allí quedaba, paralizado y tembleque, pelipuntiparado, sudorifrío y baboso, loco o muerto... Sólo el que había visto a la TAPADA podía adquirir el rumboso título de TUNANTE...

Y agrega la leyenda que el alma en pena era de una bella que en vida había abusado del comercio de la carne, sin ser carnicera.